Yedra, sobre su participación en el proyecto Summer Fest: «Es muy difícil explicar y poner en palabras una experiencia como esta»

Es muy difícil explicar y poner en palabras una experiencia como esta, ya que para comprender plenamente lo que significa, hay que vivirla.

Con motivo del proyecto Summer Fest 0.6, organizado por la Associazione Vagamondo, viajé desde Sevilla hasta un pequeño pueblo italiano llamado Bergolo, a unas pocas horas de Turín. Durante todo el mes de agosto, nos unimos quince personas de distintas partes de Europa con un mismo objetivo: aprender, compartir y vivir una experiencia inolvidable. 

Allí, creamos una comunidad, por un breve tiempo, pero una maravillosa y variada comunidad. Convivíamos en un pequeño espacio al aire libre, que llamábamos el campamento. Para dormir, nos agrupamos en tiendas de campañas dobles. Teníamos a nuestra disposición una pequeña cocina, un par de habitaciones comunes para comer y pasar el tiempo. Nos gestionábamos las tareas de limpieza y cocina haciendo rotaciones de grupos de tres o cuatro personas, para que todo el mundo tuviera algo distinto que hacer cada día, además de hacer la compra una vez por semana.

El trabajo era muy variado. Pasamos horas en el jardín y huerto de permacultura, cuidando de las plantas y aprendiendo sobre ellas; estudiamos qué cosas podían faltar en nuestra comunidad, y las reflejamos a través de pequeños proyectos de carpintería; ayudamos en la organización de un festival local, con tareas de cocina, información, limpieza, … 

Sin embargo, no todo era trabajo. En nuestras horas libres, nos dedicábamos a charlar entre nosotros, aprendiendo sobre distintas culturas y tradiciones de Europa; a jugar a cualquier cosa que nos viniera en mente; leer, dibujar y pintar, dar paseos por el campo o acercarse al pueblo más cercano … También tuvimos días completamente libres, en los que pudimos irnos de viaje. En mi caso, unos días me junté con unos compañeros para irnos explorar hacia el norte, donde nos encontramos con la cordillera alpina, y otros, exploramos hacia el sur, donde nos encontramos con el mar.

Durante el transcurso del proyecto, me sorprendió ver cómo creamos fuertes vínculos interpersonales y, al mismo tiempo, desarrollamos más profundamente nuestros vínculos intrapersonales. Esta combinación nos permitió crecer tanto a nivel grupal como individual, generando un ambiente de apoyo mutuo y reflexión personal.

Para ello, fueron claves unos cinco días que los llamamos “disconnection week” en los guardamos bajo llame todos nuestros dispositivos electrónicos, tales como móviles o relojes inteligentes. Esto nos permitió olvidarnos del mundo exterior, centrándonos en nosotros mismos y en la comunidad que estábamos creando. 

Al finalizar, todo esto deja un sabor agridulce en nuestros recuerdos. Por un lado, está la alegría de haber vivido una experiencia tan enriquecedora, de haber aprendido y compartido con personas de distintos rincones de Europa, de haber construido algo tan genuino como una pequeña comunidad. Pero, por otro lado, está la inevitable tristeza de despedirnos y volver a nuestras rutinas diarias, sabiendo que esa convivencia intensa y esos momentos compartidos no se repetirán de la misma manera. Sin embargo, no sólo nos llevamos los recuerdos, sino también aprendizajes, nuevas amistades y una mejor comprensión de nosotros mismos y de los demás.

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