Cuando nos referimos a emprendimiento social, podemos hacerlo desde varias perspectivas. Depende de quién y en qué ámbito se utilice la expresión puede estar refiriéndose a formas muy distintas de emprender. Podemos poner el foco en el impacto social del emprendimiento, en la forma de organizar los recursos o incluso en la ausencia de ánimo de lucro… En cualquier caso, podemos convenir que cualquier emprendimiento social contiene una serie de elementos comunes: el aporte de valor, el uso de principios y herramientas empresariales, proporcionar soluciones innovadoras a problemas sociales que además favorecen un cambio social.
Son muchas las voces que reclaman en nuestro país una figura jurídica y una regulación específica de las empresas sociales. En el año 2013, ya se presentó una iniciativa parlamentaria para regular la figura del emprendedor social, darle cobertura legal e incentivar este tipo de emprendimientos. Desde entonces, solo hemos visto algunas tímidas propuestas en planes de fomento del empleo y desarrollo económico que apenas han ayudado a que se potencie desde el sector público el emprendimiento social. Ni las comunidades autónomas ni los ayuntamientos tampoco han ayudado como debieran al fomento de este tipo de emprendimiento, quedándose en la mayoría de los casos en discursos de buenos propósitos.
Y es que cada cual desde sus competencias puede hacer mucho por fomentar el emprendimiento social. Incluir cláusulas sociales y reserva de mercados en los concursos, adjudicaciones o compras públicas, fomentar las finanzas éticas y las microfinanzas, impulsar redes y mercados sostenibles, avanzar en la colaboración público-privada y desarrollar el cuarto sector son algunas de las medidas que podrían tomarse para fomentar el emprendimiento social. Programas de avales, microcréditos sin necesidad de otro tipo de respaldo, fomento de sociedades de garantía recíproca, sociedades de capital riesgo, business angels o Family, Friends and Fools son algunas de las herramientas que podrían aplicarse para consolidar el emprendimiento social de una vez por todas.
Mientras esa apuesta gubernamental se va materializando, la realidad actual es que una auténtica legión de personas y entidades apuestan cada día por emprender con valores, defendiendo ideas que buscan mucho más que la rentabilidad económica, poniendo en marcha estos emprendimientos por vías mucho más sostenibles. Estamos en un momento en el que el emprendimiento social está en alza hasta el punto que, en adelante, el emprendimiento o será con impacto social o no será. Hablamos de crear empresas respetuosas con la sociedad, con el entorno y que contribuyan a superar los retos sociales que son muchos y de los que también son responsables las personas que emprenden.
Algo positivo a lo que aferrarse es comprobar cómo la juventud que ahora comienza la apasionante aventura de emprender lo hace desde el compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Jóvenes que han asumido la importancia de trabajar en superar los retos que marca la ONU de cara al 2030, convencidos de la responsabilidad que tiene emprender con las personas tanto a un nivel interno como externo a los propios proyectos y cómo debe primar la gestión del talento para sentar las bases de un nuevo modelo económico más centrado en las personas y en los problemas sociales.
Los emprendedores sociales lideran otro modelo de hacer empresa. Impulsan proyectos que incorporan principios de ética y equidad organizativa, de transparencia, de compromiso social, ambiental y con la comunidad. Con estructuras organizativas más democráticas, con vocación social y transformadora. Un tipo de empresa que pone en el centro a las personas y la cooperación entre ellas. Buena parte de ellos orientan su innovación a solventar problemas sociales que otras instituciones no están resolviendo, algo que se ha denominado la innovación al servicio del cambio social.